domingo, 23 de septiembre de 2007

Los celos, esa natural condición del ego herido


Acostumbro ver algún programa menos deprimente que los noticieros antes de ir a dormir. Alguna serie ligera, amena, infantil si se puede, o videos musicales. Es así que una noche, estacionada por un momento en un canal de música, apareció Shakira: cabello negro, sonrisa fresca, más aquel aire de candidez unido a un marcado brío, tan propio de sus inicios en Latinoamérica. Apenas unos segundos frente al televisor y recordé con toda claridad mi ya extinguido rechazo por su imagen.

En aquella época me encontraba en la universidad y, aunque ahora reconozco que mi ignorancia en cuestiones de la vida y sociedad eran enormes, mi fama no se correspondía con mi falta de experiencia. Desde temprana edad leí tanto y sobre tantas cosas que inocencia no era algo que emanara de mí, todo lo contrario, a menudo le encontraba el doble sentido a los comentarios de otras personas y así lo expresaba.


Por aquellos años, mientras Shakira se hacía más famosa, frases como ¡Esa carita de niña! y ¡Qué carita de ángel!, se hicieron frecuentes entre mis amigos. Frases dichas además con tal embeleso, infrecuente hasta ese momento en mi entorno masculino, que cada vez que el beatífico nombre de Shakira se pronunciaba entre amigos o la radio dejaba escuchar alguno de sus éxitos, era notorio el entusiasmo que les inspiraba. Quizás la anécdota no tendría mayor importancia de no ser porque años después y siendo actual admiradora de la artista, al ver en televisión esa imagen del pasado reviví claramente aquel bichito corrosivo de los celos. 

¿Cómo una emoción tan antigua puede reproducirse fielmente? ¿Cómo surgió en primer lugar? ¿Acaso era motivo suficiente para despreciar su música? Racionalmente no, pero el disgusto por el exagerado interés que causaba entre mis amistades opacó mi escaso sentido musical y la colombiana pasó a ser objeto declarado de mis antipatías. Hasta años después cuando, haciendo eco de mis oraciones, tornó su imagen de salvaje inocencia (azabache) a estilizado rubio-pop.



No es extraño que ante las aparentes virtudes de las celebridades reaccionemos con justificados celos. Si quienes deseamos nos prodiguen su atención se extravían en elogios por iconos difíciles de emular, las consecuencias pueden derivar en no pocos malentendidos, por decir lo menos. Sin embargo, si nuestras habilidades de sobrevivencia social son adecuadas, entonces las posibilidades de "superación espiritual", dejando atrás tan negativos sentimientos como son los celos, se dan por descontado.

En otras palabras, si no puedes con el enemigo únete a él, y si tampoco puedes, el tiempo lo dirá. Una visita al estilista o un cambio de intereses pueden no ser suficientes, pero tampoco ha de faltar un De la Rúa desbaratador de doncellas que acabe con la aureola angelical de quien nos incomoda.