lunes, 12 de agosto de 2013

Pañuelos en crisis


Extraño los Kleenex Junior en bolsa, similar a las de caja de cartón, pero con pañuelos más delgados y de menor tamaño a las otras presentaciones de la marca. Desde hace unos meses ya no encuentro las bolsas de papel tissue en ningún lado, y eran muy prácticas para las ocasiones de resfriado/casi-gripe/maten-al-animal-para-que-no-sufra. Además, ocasionalmente me servían de servilleta en la oficina, y por ser bolsa podía llevarlo en la cartera cuando salía de paseo. 

Tampoco encontré la presentación en caja del Kleenex Junior la última vez que pasé por el estante correspondiente del supermercado, e ignoro si la caja rectangular más grande estará disponible en otros lados, porque tampoco la he visto en exhibición. Por alguna razón, solo habían las presentaciones de Kleenex en cubo cuyos pañuelos son más grandes y traen mayor cantidad, pero también ocupan más espacio y no son tan portátiles como las otras. Sus equivalentes en la marca Elite también han desaparecido.

Hace unos días pregunté al respecto en el facebook de la empresa Kleenex y me indicaron que no contaban con la presentación en bolsa, pero que podía usar la bolsita para cartera. ¡Claro que uso la bolsita para cartera! Pero en presentación de Elite que es más pequeña que las de Kleenex, aunque tampoco encuentro esa opción hace unas semanas. Resulta que al igual como ocurre con las presentaciones en cubo o en caja rectangular grande, los pañuelos en bolsita para cartera son más gruesos y de mayor tamaño, así que en resumen, por unidad se gasta más.

Desearía que el desabastecimiento de estos productos fuese temporal, pero al menos en el caso de los Kleenex Junior en bolsa temo que hayan desaparecido para siempre. Aunque cabe la posibilidad de que sea algo más inocente, sospecho que se trate de una política similar a otras tantas, de empresas que buscan aumentar sus ganancias en base a obligarnos a usar más de lo que realmente necesitamos.

viernes, 5 de julio de 2013

Al maestro con (poco) cariño



Cada vez que se acerca el día del maestro debo enfrentarme una vez más con la sensación incómoda de guardar antipatías por tan noble profesión, y no ha sido sino hasta hace pocos años que he conocido profesores que merecen mi respeto y se han ganado mi aprecio. 

Quizás era yo una niña muy crítica, pero el acercamiento a los maestros siendo adulta no ha borrado la impresión negativa que dejaron mis profesores de los primeros años de formación. Como no acierto a sacar la cuenta del número de profesores bajo cuya tutela estuve durante primaria y secundaria, diré que pudieron ser unos veinte como mínimo, y de todos ellos solo dos tienen por siempre mi reconocimiento por la completa entrega a su labor. Dos de ellos no eran autómatas instruyendo autómatas; eran apasionados del conocimiento que compartían con sus alumnos. De hecho, fueron dos mujeres: mi profesora de Lengua y Literatura o como se haya llamado el curso en esa época, y la profesora de Artes Plásticas. Con la primera descubrí que podía concatenar palabras al azar y formar una historia coherente; con la segunda, que yo era terriblemente mala dibujando y pintando pero aún así, siguiendo sus instrucciones, conseguía resultados no tan terribles.

Lo que recuerdo del resto de profesores y profesoras son anécdotas más o menos intrascendentes. Recuerdo a la maestra de Física cuya clase correspondía un 90% a relatos sobre ella y su familia. Al profesor de Literatura que durante la exposición de una alumna comenzó a hacer ruidos extraños con la boca, como si estuviera mascando un chicle, aunque nunca lo vi hacer un globo. También estuvo la que había sido profesora de Formación Laboral y ese año se encargó del curso de Religión. Ante la pregunta de algunas estudiantes ella respondió: "Sé que la religión católica es la única verdadera porque tiene santos". ¡Ya entonces me pareció un disparate! También estaba la profesora de Historia del Perú, de quien todos decían que era buena maestra y yo estaba de acuerdo. No estoy segura de lo que aprendí con ella pues era tan rígida, tan parametrada, sin embargo tenía cierto fuego interior al dictar su clase que era una lástima tener que memorizar tantos lugares y fechas, siendo que lo mejor de la historia, como entendí luego, no se encuentra en esos detalles sino en la comprensión de las causas y consecuencias de los sucesos, los cuales si observamos bien se repiten en un ciclo incansable donde solo cambia la ubicación y la época. Luego estaba el muy anciano profesor de Educación Cívica que hacía prédica política en clases. Debo decir a su favor que con los años resultó que estaba en lo cierto respecto a cierto gobernante de turno; sin embargo, era tan repetitivo, y nuevamente, tan parametrado, que no recuerdo nada de lo que haya supuestamente aprendido con él. Por alguna razón recuerdo que no recuerdo a la profesora de Historia Universal, debía tener muy poca presencia pues apenas llego a percibir en mi memoria el contorno de su figura. Con lo que me gusta leer había leído sobre historia y sabía no poco de ella para ese nivel, pero es seguro que también debía memorizar fechas y más fechas, más algunos lugares, y en clase siempre habían demasiado pocos ¿por qués? Además de todo ello estaban las continuas menciones de los profesores sobre "Los españoles nos robaron nuestro oro", o expresiones xenofóbicas respecto a los chilenos. En aquél entonces aceptaba esas ideas sin darles mayor importancia, pero no tardé mucho en dejar de lado tales prejuicios, a despecho de su contribución a alimentar mi rechazo en contra de quienes me lo inculcaron.

Quizás la anécdota que más veces regresa a mi memoria se refiere a otro profesor de Literatura, de conocida filiación aprista. Es posible que haya contado varias veces antes la historia pero es un claro ejemplo de debilidad emotivo-ideológica por parte del maestro y de manipulación maliciosa por parte del alumno. Debíamos leer una obra, lo cual a menudo representaba cierto tedio para la mayoría de la clase, no para mí, y presentar un trabajo al final, resaltando figuras literarias encontradas en la obra. La literatura peruana, que nos tocaba abordar en aquellas fechas, no era de mis predilectas, sin embargo encontré "La Perricholi" de Luis Alberto Sánchez, escritor aprista entre otros atributos, cuyo personaje femenino llamaba mi atención. Como la obra elegida debía pasar por la aprobación del profesor, íbamos de una en una a inscribir nuestra elección, y ya frente a él tuve uno de esos "instantes de inspiración". Resulta que la obra tiene a su vez un capítulo titulado "La Perricholi", por lo que con fingida duda le pregunté al maestro: "Profesor, ¿debo leer todo el libro o sólo el capítulo 'La Perricholi'?". El profesor apenas titubeó breves segundos, y asintió diciendo: "Sólo el capítulo está bien". Por dentro esbocé una carcajada pues ese era el resultado esperado bajo la premisa de que su "compañerismo aprista" lo haría ser condescendiente conmigo por haber elegido la obra de un peruano con su misma filiación política. Baste decir que le perdí el respeto en ese instante, y así como a él, en su momento o después cuando fui descubriendo el mundo, le perdí el respeto a los maestros en general. Es un prejuicio muy mío que algún día espero superar.

Por cierto, en realidad leí todo el libro y fue una buena lectura. 

miércoles, 12 de junio de 2013

Dejar de buscar


Hace un par de años, más o menos, inicié una búsqueda de algo que en ese momento me resultaba urgente. Buscaba un romance.

Desde temprana edad, tener pareja no me resultó una idea atractiva o algo importante hacia lo cual debiera dirigir mis esfuerzos. Así, en algún momento de mi entonces corta vida decidí que casarme y tener hijos no era algo de lo cual debería preocuparme en el futuro. Si ocurría bien, sino también, no era crucial. Al mismo tiempo, casi sin que yo misma me diera cuenta, me emocionaba a morir por cada historia romántica que me llegaba al corazón y, aunque he leído muchas novelas de diferente época y argumento, los romances que más me impresionaban a menudo estuvieron en la pantalla del cine o de la televisión. Eran estos romances apasionados, imposibles, únicos, mágicos, que hacían latir mi corazón y me llenaban de ese sentimiento indescriptible de que el amor lo es todo y por algo así vale la pena vivir. Solo que terminada la función no conseguía unir esa historia a la mía propia como una posibilidad.

Una vez, siendo apenas adolescente, llegué a preguntarme: ¿Cómo será que eso ocurre? ¿Cómo se da la casualidad que alguien se enamora de una persona y esa persona a su vez le corresponde? ¿Cómo es que se pierden dos personas a sí mismas en la contemplación del otro, y al perderse se unen y se vuelven a encontrar? A estas alturas, aún me hago esa pregunta. Cierto es que en una ocasión dejé que alguien ingresara a mi vida más allá de lo que algún otro había tenido oportunidad y fue una experiencia que tuvo sus altos y bajos, enriquecedora en muchos aspectos puesto que me enseñó mucho acerca de mí misma y cómo yo veía el mundo, pero no fue un romance en el cual me pudiera perder. Fue como uno de esos besos con los ojos abiertos, una relación que habiendo iniciado, sin inicio claro, tenía fecha de expiración. 

Desde que tenía memoria había pasado de estar "enamorada" de uno a otro personaje. Siendo niña, cuando no había nadie real que resultara "amable", o que me inspirara amor, me enamoraba de los personajes de ficción incluyendo algunos personajes animados. Más adelante, una vez que mi círculo de amistades de género masculino se hizo más grande, comencé a encontrar que algunos chicos eran igualmente "amables". Así, el chico del centro de cómputo era terriblemente atractivo, y el otro chico del otro centro de cómputo también. Aunque también estuvo el personaje de tal película, ¡aquella mirada!, cobraba mayor importancia el amigo con el que siempre podía conversar, o el compañero de trabajo con el cual salía a divertirme y lo pasábamos tan bien. Pero todos ellos eran amores seguros, o más bien, desamores seguros. Porque el uno no estaba seguro de volver a cruzar la valla de la amistad, ya que había sido constantemente rechazado con anterioridad, y el otro, ¡quién sabe que pasó con el otro!, tal vez tampoco estaba preparado para amar. Como sea, después de aquella única relación pasó el tiempo, un largo tiempo, sin que ninguna ilusión romántica atribulara mis noches ni mis días. 

Entonces comenzó a ocurrir. Nuevamente, uno tras otro, los chicos a mi alrededor comenzaron a parecerme "amables". Uno porque era terriblemente atractivo aunque algo tontín, el otro porque era un misterio que no conseguía desentrañar y exaltaba mi curiosidad, el otro porque era alguien con quién podía conversar. Uno tras otro hacían latir mi corazón, que después de un tiempo se sosegaba al encontrar un nuevo objeto de atención. Quizás por el continuo ejercicio reconocí que en verdad estaba buscando amar, que deseaba encontrar a alguien con quién poder expresar todo el amor que era capaz de ofrecer, y en esa época lo conocí a él. Él, del cual no quiero hablar porque el asunto terminó muy mal, es decir, no terminó porque nunca comenzó, como nunca habían comenzado ninguna de mis otras ilusiones. ¿Qué podía estar tan mal que nunca conseguía concretar un amor? Si yo me "enamoraba", ¿cómo es que nadie decía amarme? ¿Por qué nadie se arriesgaba a amarme? ¿Era acaso que yo no era "amable"?

Después de mi última, hasta ahora, desilusión, me sumí en una de aquellas terribles depresiones. ¡Qué dolor! Por más que sabía que más adelante había un mañana, y con cada mañana una nueva oportunidad, aquella ocasión la caída en la realidad fue demasiado dolorosa. Después de tantos enamoramientos vanos, como habían sido los que había experimentado casi toda mi vida, después de haberme protegido del peligro de no ser correspondida, abrí mi corazón con la confianza puesta en que iniciar un romance era algo que también me podía suceder. Solo que no sucedió. Por primera vez en mi larga lista de amores fallidos sentí que no podía más. Algo que para mí no era siquiera importante derribó mis recién cosechadas esperanzas, echó por tierra mi alegría de vivir, y me llenó de amargura y frustración. Por fortuna, aún en aquél estado no conseguí darme por vencida. Ya me había pasado antes y había sobrevivido así que lo volvería a hacer, comencé otra vida. Una vida de nuevas experiencias, de probar aquello que hasta entonces había dejado para después. Fui al teatro, y fui al teatro, fui tanto al teatro que comencé a atender con menor entusiasmo mis visitas al cine que siempre habían sido mi pasión. Hice otro par de cosas, como practicar tiro al arco, aunque mi primera opción había sido esgrima pero resultó más fácil y asequible la arquería. Aún así por dentro se desgarraba mi corazón. ¡Un romance! ¿Por qué era tan difícil vivir la experiencia de un romance? Todo el mundo se enamora, pensaba, y todo el mundo consigue alguien que le corresponda, ¿por qué yo no?

Comencé a creer que siempre escogía mal. Era claro, lo sé bien, las historias se repiten. Por ejemplo, las mujeres que se asocian con parejas que las golpean vuelven siempre a repetir la historia aunque cambien de titular. Era comprensible que a mí se me ocurriera siempre enamorarme de personas que no me querrían amar. Uno crea su propia realidad, es un hecho aceptado en estos tiempos, y a mí siempre me había parecido extraordinario, muy difícil de lograr, el amor correspondido.

Volviendo en el tiempo, cuando ya había perdido parte de la ilusión pero aún estaba aferrada a aquél último, surgió alguien que me hacía sentir muy bien. Más tarde he creído que quizás aceleré el romper relaciones con aquél anterior de manera tan abrupta porque deseaba darle lugar a esa nueva persona que actuaba como había imaginado debía actuar alguien que me amara, aunque en aquél tiempo no lo concebía de esa forma. Poco a poco mis esfuerzos por dejar atrás aquél episodio doloroso fueron haciéndose realidad. Ya no me importaba tanto. Comprendí también que las nuevas experiencias en las que me había embarcado realmente me gustaban, y aunque las había seguido impulsada en parte por mi deseo de no pensar y no sentir nada más, las encontraba reconfortantes. Llegado a ese punto, entendí que aquella nueva persona que cada día lograba posicionarse más en mi vida era un renovado peligro. Tenía los ojos abiertos ahora, ojos atemorizados y abiertos para reconocer un patrón donde aquél llenaba todos los requisitos para convertirse en una nueva ilusión y consiguiente desamor. Decidí alejarlo, mejor ahora que después, pensé. Sin embargo, no pasó ni un día de esa apresurada decisión y ya lo tenía de vuelta. Quise distanciarme porque tenía miedo del futuro en base al pasado pero él, ignorante de mis miedos, no quiso seguirme el juego así que fue como si nunca hubiera intentado alejarme. 

No hace mucho, en una de aquellas crisis existenciales que nunca faltan y unido a otros conflictos personales que no es necesario detallar, me detuve a pensar en aquella ya no tan nueva amistad otra vez, con temor. ¡Cómo es que había logrado posicionarse tan firmemente en mi vida! ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Por cuánto tiempo? ¿Y después? ¿Qué sería de mí después si ya no conseguía dejarlo de querer? ¿o de amar? ¿Lo amaba? Si pudiera, si me atreviera a amar, sería fácil amarlo. Pero la realidad es que, por más que nuevamente intenté mantenerlo lejos, entendí que no ganaba nada con hacerlo, sólo perdía. Porque me resulta posible vivir sin su amor pero no quiero mientras pueda vivir sin su amistad, que es con bastante probabilidad a todo lo que puedo aspirar.

Cansada de tanto descalabro emocional comencé a regocijarme con la escena aquella de la película Valentine's Day, cuando una de las protagonistas le da con toda el alma a la piñata de "Yo odio el Día de San Valentin", que resumido sería "Odio el amor". Sin embargo, en poco tiempo surgió la pregunta: ¿Qué es lo que realmente quiero del amor?, y reflexionando al respecto encontré que más que una pareja con quien compartir mi vida, lo cual aún me resulta difícil concebir, lo que he estado buscando es experimentar un romance, una historia mágica como en las películas, con sus dificultades, con sus encuentros y desencuentros, pero donde al final o al medio o en cualquier parte, surge el amor correspondido de manera natural. Porque lo que soy es lo que obtienen y si eso no es suficiente de nada vale distorsionar la realidad. 

Por lo pronto, puedo vivir sin amor del tipo romántico pero no resisto vivir sin la amistad que tan buenamente me ofrecen. También, me gustaría vivir un romance, tener una pareja y quizás hasta conseguiría compartir mi vida con alguien, pero por el momento: he dejado de buscar.

jueves, 18 de abril de 2013

Crónica: El arribo del nahual.



Llegué con toda tranquilidad a la Estación Central, desde donde abordo el tercer y último bus que me lleva a casa. Caminé y caminé hasta el último sitio de la cola para tomar el Alimentador, que así se llama el bus, y esperé a que avanzara. Después de dos buses que resultaba imposible abordar, pues aún me encontraba muy detrás, llegó un tercero en el cual aún no tenía opción de ir sentada. No lo pensé mucho; aunque no sentía prisa ya llevaba demasiado tiempo en ruta como para seguir esperando, así que abordé ese Alimentador. Bajé en mi paradero como siempre, sin apuro, mas al llegar a la esquina donde giro hacia mi calle me asaltó el recuerdo de lo que me esperaba en casa. Fue un instante donde se confundieron el regocijo prematuro con el temor expectante. De la foto que recibí no recordaba el collar en sí, pues todo lo que había quedado en mi memoria era la bolsita de tejido típico que lo contenía. Sin embargo, ya sabía que se trataba de una piedra, y a veces las piedras traen sorpresas. Una vez en una feria, por ejemplo, me picó una; sentí una pequeña descarga o un piquete cuando intenté cogerla así que la dejé. En otra ocasión descubrí que le tenía un miedo infinito a una que me trajeron de un viaje y no deseaba tenerla cerca; lo solucioné cubriéndola con un paño y encerrándola en una caja.

Ingresé a mi casa y pregunté por mi sobre. -Está sobre la plancha -, me dijeron. Lo recogí y me dirigí a mi habitación. Tan solo entrar pensé que debía encender una vela, y ya que iba a encender una vela encendería un incienso también. Encendí ambos, y me dispuse a prestarle atención al sobre. Revisé la portada que ya ha había visto por foto, y le di un vistazo a la contraportada donde decía: "Collar. Carta". Entonces comprendí que no solo sería el obsequio sino que podría leer una misiva. Al menos eso creí, hasta que después de sacar las múltiples grapas que aseguraban el contenido, encontré que la carta tenía un mellizo. Saqué las cartas y la bolsita que contenía el collar. Había sido muy largo el trayecto de llegar a casa, armonizar el ambiente de mi habitación, y desgrapar el sobre, así que procedí sin mayor demora a verter el contenido de la bolsita. Encontré lo que parecía ser un huevo, esto trajo a mi memoria antiguos empaques míos, cuando toda precaución era poca con tal de preservar el objeto que deseaba trasladar; es una costumbre que he perdido con el tiempo, pero desenvolver el empaque del collar me hizo pensar que en otra época, yo misma podría haberlo hecho tal cual lo recibía.

Ahí estaba, mi nahual. Amplia sonrisa. Podría asegurar que el brillo que reflejaba la piedra procedían del brillo que mis ojos debían emanar en ese instante. La espera había llegado a su fin. Me lo puse. Recordé que debía hacerle una pregunta, pero creo que en ese momento sólo podía escuchar el eco de mis propios pensamientos, así que no conseguí saber si la piedra me había respondido. Leí las cartas. Entonces comencé a reír. No podía ser de otro modo, estaba feliz, y aquello que había sido escrito era tan inesperado como divertido. Algunas frases resultaban familiares de tiempo atrás, otras habían sido repetidas hace poco. Mi mente, acostumbrada a analizar y a sacar conclusiones, no conseguía enfocarse mientras todo mi espíritu rebosaba de júbilo. Sin embargo, hubo un momento en que después de la primera lectura, o quizás después de la segunda, se detuvo a contemplar las formas. -¡Ni por dónde comenzar! -pensé. Desde mi interior había surgido la antigua costumbre de contemplar la escritura procurando desentrañar los misterios de la mente. Grafología le llaman, es una disciplina que me hubiese gustado aprender, como tantas otras cosas.

Lo contemplé frente al espejo. Le sonreí al nahual, y le sonreí al que me lo había enviado. -¿No me vas a decir? -le pregunté a la piedra, queriendo saber qué palabras podía haber escuchado antes de partir en mi búsqueda. -No importa -pensé-, debió ser algo bueno. Algo tan bueno como lo que estoy sintiendo. Y reí nuevamente, mientras procedía a apagar la vela que no debía quedar encendida en mi ausencia. Dejé mi habitación y recorrí mi casa mostrándole mi collar a quien quisiera verlo. Todos quisieron verlo, y todos asintieron, afirmando que lo encontraban bonito, delicado. Les expliqué su significado, que mi nahual era B'atz', como aparece inscrito detrás, y que pertenece a algo así como un horóscopo maya.

Antes de terminar la noche agradecí el obsequio por escrito, y cuando me fui a dormir aún sonreía como si recién hubiese descubierto la piedra, pendiente en un collar, de jade, con la imagen de B'atz', el mono, según mi fecha de nacimiento, que representa mi número, enviado por el hombre más peculiar y entrañable que la suerte podía haberme hecho conocer.

(Foto: B.R.)