jueves, 31 de marzo de 2011

Historia para olvidar.


- Podrías salir de aquí y conocerlo en el ascensor - le dijo. Ella no lo creyó posible, pero sonrió. - No esta noche - pensaba. Sin embargo, algo sí había cambiado. Después de todo siempre estaba en movimiento, tarde o temprano tenía que cambiar. La noche estaba fresca afuera, las ramas de los árboles se movían suavemente. Desplegó sus alas, respiró profundo y se dirigió a su hogar.

Había decidido tomar otro camino, abrir una vía enfocando todas sus energías en ese nuevo destino, y aun así le resultaba difícil admitirlo en voz alta. Adoraba su libertad! Tan solo que, últimamente, no era suficiente y eso le había traído problemas. Un pie en este mundo y el resto en las nubes, no estaba siendo bueno para su existencia terrenal. Cada vez era más difícil mimetizarse con las experiencias ajenas, aprovecharlas como propias, absorber esa sensación para su propio beneplácito. Ni aquello que era real ni aquello que era fantasía lograba disolver esa oscuridad que iba expandiéndose dentro suyo y parecía querer envolverla para no dejarla escapar nunca más.

La decisión ya había sido tomada, el pacto fue hecho. El único problema sería encontrar el complemento.

Escondió sus alas, se posó firmemente en este mundo, ocultó su espada y se decidió a confiar. No fue tarea fácil, ni al principio, ni después, pero estaba decidida. Las cosas tendrían que cambiar. Esta vez no fallaría. El destino correspondería favorablemente a su nueva intención.
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Y encontró que su provisión de esperanzas se había agotado, y después de tan largo camino, se sentía cansada. Pensó en regresar, en extender sus alas y... entonces comprendió que sus alas tampoco estaban. Su alma se agitó de dolor por un instante. Las esperanzas rotas, los intentos frustrados, su orgullo herido, se agolparon por un momento y su naturaleza reaccionó como tantas veces antes, una ira deseosa de aniquilamiento surgió como una chispa, y al mismo tiempo se detuvo. Nada era como antes.

Cuando recuperó la calma ya había partido. Se encontraba en la cima de la más alta montaña, no corría el menor viento, no se escuchaba el menor ruido, y a lo lejos únicamente otras cimas de montañas se dejaban ver. Observó detrás suyo, cincelado en la roca, esperando por ella, como un sillón para dos. Entonces, recordó al viento susurrándole dulces historias al oído, y una suave brisa agitó sus cabellos. Observó el inerte gris de las montañas, se estremeció de pavor, y pequeños copos de nieve comenzaron a caer. Sintió que sus fuerzas se extinguían, se dirigió a su destino, tomó asiento. Por un momento aún miró hacia el lugar vacío y luego se quedó contemplando fijamente, el infinito de su soledad.