lunes, 11 de octubre de 2010

Historia de un Caminador


¡Otra vez don Ricardito hizo de las suyas! Así comentaba la casera del mercado a cada clienta que llegaba. No hacía mucho que la esposa de don Ricardo la había puesto al tanto de las últimas noticias sin importarle lo mal que hacía quedar a su esposo, y ciertamente lo mal que ella misma quedaba, aunque se podría suponer que lo primero era lo que deseaba y lo segundo no le importaba siempre que ella quedara como la víctima.

Ebrio recurrente y hablador sin igual, don Ricardo había colmado al extremo la paciencia de su familia, y esta vez los golpes no se habían hecho esperar. Nuevamente surgieron planes de internarlo por la fuerza en un centro para alcohólicos. No era posible, comentaban, que hubiera golpeado a su nieto. Nada justificaba que en un arranque de ira, borracho, lo hiciera a un lado con brusquedad. La madre había reaccionado violentamente y como no había sido la única testigo, entre todos le dieron duro.

El joven Ricardo jamás imaginó llegar a viejo. Sus planes para el futuro eran sueños fabulosos de una vida fabulosa que, por derecho, el mundo le otorgaría. Pero a la abundancia de la juventud le había sucedido la carencia y el infortunio. El hombre que se había acostumbrado a rodearse de empresarios sintiéndose uno de ellos, sin serlo; que acostumbraba enseñar la billetera repleta de dólares, aunque no fueran todos suyos; que hacía de todos un amigo para servirse de ellos; que presumía de la belleza de sus hijos comparándolos con los de otros; despertó un buen día y se vio a sí mismo como un viejo, sin casa, sin empleo, sin mujer que lo amara, sin hijos que lo respetaran, sin amigos.


Don Ricardo pasó por el mercado un par de semanas después. Como era su costumbre cuando estaba “sano” y tenía algo de dinero, hacía las compras para el almuerzo dominguero que él mismo prepararía. Saludó a la casera y comentó algunas noticias que la distrajeran, le hizo una broma y ambos rieron. Mas allá otro casero le preguntó porqué no lo habían visto en días. La respuesta, mitad verdad mitad no tanto, fue que un amigo lo había llamado para un trabajo que le tomó varios días resolver. Su amigo era un importante empresario, conocido de fulano, importador/exportador, dueño de esto y de lo otro, se conocían de años.


Cuando joven, don Ricardo era un gran contador de historias; siempre captaba la atención con sus anécdotas, las que a menudo salpicaba con ironía o sarcasmo. Siendo además un gran “caminador”, conocía de muchas cosas. Sabía dónde y cómo conseguir lo que cualquiera de sus amistades pudiera necesitar, así que ¡vaya que sí lo buscaban! En cuanto a dinero, aunque pecaba de presumido, nadie que lo hubiese conocido podía negar su pródiga generosidad. Cuando estaba de buen humor podía dar espléndidas propinas a sus menores y, siempre que se le antojaba, engreír a los más pequeños.


Don Ricardo no quiere pensar en el pasado y menos en el futuro. Cuando frecuenta a sus amigos de cantina obtiene de ellos la atención y el respeto que le niega su hogar. Es un hombre que entre aquellas gentes sobresale porque ha vivido mucho, sabe de todo y aún es buen conversador, aunque en lugar de fino sarcasmo ahora su plática se encuentre teñida de ácidas críticas y malintencionados comentarios.



La vida no resultó como él imaginó que sería, cuentan que nunca pensó llegar a viejo. Don Ricardo nunca se preocupó del futuro y, a estas alturas de la vida, no se le ha ocurrido comenzar a hacerlo.