jueves, 18 de abril de 2013

Crónica: El arribo del nahual.



Llegué con toda tranquilidad a la Estación Central, desde donde abordo el tercer y último bus que me lleva a casa. Caminé y caminé hasta el último sitio de la cola para tomar el Alimentador, que así se llama el bus, y esperé a que avanzara. Después de dos buses que resultaba imposible abordar, pues aún me encontraba muy detrás, llegó un tercero en el cual aún no tenía opción de ir sentada. No lo pensé mucho; aunque no sentía prisa ya llevaba demasiado tiempo en ruta como para seguir esperando, así que abordé ese Alimentador. Bajé en mi paradero como siempre, sin apuro, mas al llegar a la esquina donde giro hacia mi calle me asaltó el recuerdo de lo que me esperaba en casa. Fue un instante donde se confundieron el regocijo prematuro con el temor expectante. De la foto que recibí no recordaba el collar en sí, pues todo lo que había quedado en mi memoria era la bolsita de tejido típico que lo contenía. Sin embargo, ya sabía que se trataba de una piedra, y a veces las piedras traen sorpresas. Una vez en una feria, por ejemplo, me picó una; sentí una pequeña descarga o un piquete cuando intenté cogerla así que la dejé. En otra ocasión descubrí que le tenía un miedo infinito a una que me trajeron de un viaje y no deseaba tenerla cerca; lo solucioné cubriéndola con un paño y encerrándola en una caja.

Ingresé a mi casa y pregunté por mi sobre. -Está sobre la plancha -, me dijeron. Lo recogí y me dirigí a mi habitación. Tan solo entrar pensé que debía encender una vela, y ya que iba a encender una vela encendería un incienso también. Encendí ambos, y me dispuse a prestarle atención al sobre. Revisé la portada que ya ha había visto por foto, y le di un vistazo a la contraportada donde decía: "Collar. Carta". Entonces comprendí que no solo sería el obsequio sino que podría leer una misiva. Al menos eso creí, hasta que después de sacar las múltiples grapas que aseguraban el contenido, encontré que la carta tenía un mellizo. Saqué las cartas y la bolsita que contenía el collar. Había sido muy largo el trayecto de llegar a casa, armonizar el ambiente de mi habitación, y desgrapar el sobre, así que procedí sin mayor demora a verter el contenido de la bolsita. Encontré lo que parecía ser un huevo, esto trajo a mi memoria antiguos empaques míos, cuando toda precaución era poca con tal de preservar el objeto que deseaba trasladar; es una costumbre que he perdido con el tiempo, pero desenvolver el empaque del collar me hizo pensar que en otra época, yo misma podría haberlo hecho tal cual lo recibía.

Ahí estaba, mi nahual. Amplia sonrisa. Podría asegurar que el brillo que reflejaba la piedra procedían del brillo que mis ojos debían emanar en ese instante. La espera había llegado a su fin. Me lo puse. Recordé que debía hacerle una pregunta, pero creo que en ese momento sólo podía escuchar el eco de mis propios pensamientos, así que no conseguí saber si la piedra me había respondido. Leí las cartas. Entonces comencé a reír. No podía ser de otro modo, estaba feliz, y aquello que había sido escrito era tan inesperado como divertido. Algunas frases resultaban familiares de tiempo atrás, otras habían sido repetidas hace poco. Mi mente, acostumbrada a analizar y a sacar conclusiones, no conseguía enfocarse mientras todo mi espíritu rebosaba de júbilo. Sin embargo, hubo un momento en que después de la primera lectura, o quizás después de la segunda, se detuvo a contemplar las formas. -¡Ni por dónde comenzar! -pensé. Desde mi interior había surgido la antigua costumbre de contemplar la escritura procurando desentrañar los misterios de la mente. Grafología le llaman, es una disciplina que me hubiese gustado aprender, como tantas otras cosas.

Lo contemplé frente al espejo. Le sonreí al nahual, y le sonreí al que me lo había enviado. -¿No me vas a decir? -le pregunté a la piedra, queriendo saber qué palabras podía haber escuchado antes de partir en mi búsqueda. -No importa -pensé-, debió ser algo bueno. Algo tan bueno como lo que estoy sintiendo. Y reí nuevamente, mientras procedía a apagar la vela que no debía quedar encendida en mi ausencia. Dejé mi habitación y recorrí mi casa mostrándole mi collar a quien quisiera verlo. Todos quisieron verlo, y todos asintieron, afirmando que lo encontraban bonito, delicado. Les expliqué su significado, que mi nahual era B'atz', como aparece inscrito detrás, y que pertenece a algo así como un horóscopo maya.

Antes de terminar la noche agradecí el obsequio por escrito, y cuando me fui a dormir aún sonreía como si recién hubiese descubierto la piedra, pendiente en un collar, de jade, con la imagen de B'atz', el mono, según mi fecha de nacimiento, que representa mi número, enviado por el hombre más peculiar y entrañable que la suerte podía haberme hecho conocer.

(Foto: B.R.)