sábado, 28 de abril de 2012

EL-La (II)

Cuando llegó el tiempo de regresar El-La renació en un par de mellizos, y siendo aún pequeños dieron claras muestras de la oposición de sus temperamentos. Mientras uno conservaba la inocencia y arrojo tan propios de El-La en su origen, el otro parecía haber surgido del momento último de su vida y el temor haber quedado impreso en su mirada. Aún mas, cuando aquél miedo se tornaba extremo, surgía de él un profundo sentimiento de sobrevivencia que desencadenaba en furia y destrucción. Así, mientras uno creció acogiendo la vida con alegría y confianza, el otro se tornó huraño y solitario. Ambos murieron jóvenes.

La siguiente vez que El-La renació, cada par de su alma tomó caminos diferentes y nunca se encontraron. En cada renacer, experimentaron diferentes aspectos de la vida y, sin importar cuáles fueran sus experiencias, el uno parecía seguir fácilmente el camino de la luz mientras el otro se hundía irremediablemente en el camino de las sombras. Nación, estatus social, educación, religión, o sexo podían intercambiarse en sus vidas, sin embargo en el recuento final de su existencia uno se presentaría apacible, curioso, alegre, compasivo, afable; y el otro (o la otra) crecería desconfiado, temeroso, irascible, cruel, amargado.


Una tras otra se sucedían sus vidas y fueran éstas cortas o largas nunca alcanzaban a llenar el vacío que los consumía en su interior. Así llevaran una vida solitaria de virtud o depravación, así compartieran sus días en familia o sociedad, sabían que estaban incompletos; sentían en su interior la necesidad de reencontrarse para consumar su destino y cerrar el círculo de su existencia volviendo al origen.

En el principio de los tiempos El-La es una mujer.

viernes, 27 de abril de 2012

El-La (I)


En el principio de los tiempos El-La era un hombre. Bendecido entre benditos, su vida transcurría entre sus correrías solitarias en las afueras de la aldea y la ayuda que brindaba en ella cuando era requerido. El-La disfrutaba la vida; era alegre como un niño y audaz como un guerrero. Su permanencia en el interior de la aldea habría quizás perturbado el pacífico ambiente al que estaban acostumbrados sus habitantes, pero cómo vivía apartado el pueblo aceptaba de buena gana sus incursiones, acompañadas a menudo de travesuras u observaciones que nadie más entendía o le preocupaba entender. Lo amaban.

Despuntaba el amanecer cuando El-La sintió angustia por primera vez en su vida y con el corazón apesadumbrado dirigió su mirada hacia lo lejos, hacia donde estaba su aldea. El-La no lo pensó siquiera y a toda prisa emprendió el regreso con aquella sensación creciendo en su interior, otro sentimiento que jamás había experimentado: el temor.

Ya no había nada qué hacer. Cuando El-la llegó a su aldea, ésta ya había sido devastada. El dolor que sintió al presenciar el desastre fue ahogado por la ira que surgió poco después. Apenas comprendió quiénes habían llevado a cabo la matanza, su naturaleza primaria ignorante hasta ese momento de la crueldad humana, se tornó en locura. El-La murió.