miércoles, 8 de octubre de 2008

Nadie sabe para quien trabaja

Saliendo de una visita rápida a una amiga en un distrito que no frecuento mucho, me encontré cara a cara con un antiguo amor. Aquél que alguna vez me dijo: ¿Llegará el día en que nos crucemos y ya ni siquiera nos saludemos? - y al instante respondió - 'No, no creo que eso ocurra'.

Tal como él lo predijo, no ocurrió así. Ante mi cara de sorpresa, idéntica a la suya, nos sonreimos y saludamos casi al mismo tiempo e inmediatamente vino un fuerte, muy fuerte, abrazo que en realidad yo no esperaba de su parte.

Sin mucho trámite me invitó a "tomar un café" lo cual en buen romance quiere decir charlar un rato o ponernos al día. Como tenía bastante tiempo libre y aún mayor curiosidad acepté de buena gana.

Entonces, comenzó por contarme que se había casado y era el orgulloso padre de dos nenas. ¡Increíble!, pensé yo. No porque estuviera al tanto de algún problema de fertilidad o pensara que tenía pasta de soltero empedernido. Simplemente me pareció "diferente" el encontrarlo casado y padre.

Recuerdo cuando nos conocimos, yo estaba en los últimos ciclos de la universidad y casualmente coincidimos más de un par de veces en el mismo lugar. En aquél entonces yo me encontraba saliendo de una época de transición, me estaba re-encontrando. Algo usual en mi cada cierto tiempo.

Mis amigos de aquella época comenzaban a concentrarse en sus primeros trabajos y cada vez más se sumergían en las posibilidades de la tecnología, etc. etc. Por mi parte, reuniendo fuerzas para continuar mi camino, me sentía particularmente emotiva y sin muchos deseos de entrar de lleno en el mundo real.

Mi recién conquistado amigo suponía un perfecto balance para ese momento ya que podíamos hablar de temas en común que no le interesaban a nadie más en mi grupo de la facultad. Conforme fuimos estableciendo una relación, sin embargo, fueron evidentes las diferencias entre nosotros y aunque los últimos meses que nos frecuentamos ya no discutíamos tanto, era notorio que la magia se había roto.

Sin considerarme totalmente optimista diría que en ocasiones él tenía demasiadas nubes negras sobre sí, y yo que ya había pasado por ello me cansaba cada vez que sus tormentas azotaban mi rostro. En forma paradójica, y contrario a mi que me identifico mejor con la acidez del limón, él no tenía mayor problema en demostrar su afecto y quizás por eso pensaba en él como "mi terroncito de azucar". Un azúcar que se diluía tan pronto entraba en uno de sus conflictos existenciales o se empecinaba en algún asunto para lo cual casi siempre teníamos opiniones divergentes.

Existe la idea extendida que las mujeres maduramos más rápido y quizás ese haya sido el caso ya que, aún siendo contemporáneos en edad, a menudo sentía que nos separaban años de distancia. Ambos habíamos tenido experiencias diversas pero no similares. A él le parecía que yo criticaba demasiado, sobretodo a él mismo, se entiende, y yo terminé convencida que él era demasiado inseguro si tanto le afectaban mis observaciones.

Apartando las peleas tontas que tuvimos, fue una bonita relación que siempre recordaba con cariño y algo de ternura, incluyendo nuestros desencuentros existenciales.

Actualmente alejado de esas nubes tormentosas fue una sorpresa escuchar sus opiniones que parecían sacadas de mi propia cabeza. Mejor aún, lo encontré centrado en el presente, entusiasta con respecto al futuro, satisfecho de si mismo! Feliz de la vida!

Luego de una agradable tarde, al despedirnos, no pude dejar de pensar en todas las veces que conversamos y mantuvo su actitud reacia a mis ideas, para que ahora después de tantos años, lo encuentre más razonable y open mind.

Con algo de nostalgia pensé: hoy se parece más al hombre que siempre supe podía llegar a ser, pero mi ex-terroncito de azúcar endulza ahora otro corazón, que no es el mío.

No hay comentarios: