viernes, 27 de abril de 2012

El-La (I)


En el principio de los tiempos El-La era un hombre. Bendecido entre benditos, su vida transcurría entre sus correrías solitarias en las afueras de la aldea y la ayuda que brindaba en ella cuando era requerido. El-La disfrutaba la vida; era alegre como un niño y audaz como un guerrero. Su permanencia en el interior de la aldea habría quizás perturbado el pacífico ambiente al que estaban acostumbrados sus habitantes, pero cómo vivía apartado el pueblo aceptaba de buena gana sus incursiones, acompañadas a menudo de travesuras u observaciones que nadie más entendía o le preocupaba entender. Lo amaban.

Despuntaba el amanecer cuando El-La sintió angustia por primera vez en su vida y con el corazón apesadumbrado dirigió su mirada hacia lo lejos, hacia donde estaba su aldea. El-La no lo pensó siquiera y a toda prisa emprendió el regreso con aquella sensación creciendo en su interior, otro sentimiento que jamás había experimentado: el temor.

Ya no había nada qué hacer. Cuando El-la llegó a su aldea, ésta ya había sido devastada. El dolor que sintió al presenciar el desastre fue ahogado por la ira que surgió poco después. Apenas comprendió quiénes habían llevado a cabo la matanza, su naturaleza primaria ignorante hasta ese momento de la crueldad humana, se tornó en locura. El-La murió.