miércoles, 12 de junio de 2013

Dejar de buscar


Hace un par de años, más o menos, inicié una búsqueda de algo que en ese momento me resultaba urgente. Buscaba un romance.

Desde temprana edad, tener pareja no me resultó una idea atractiva o algo importante hacia lo cual debiera dirigir mis esfuerzos. Así, en algún momento de mi entonces corta vida decidí que casarme y tener hijos no era algo de lo cual debería preocuparme en el futuro. Si ocurría bien, sino también, no era crucial. Al mismo tiempo, casi sin que yo misma me diera cuenta, me emocionaba a morir por cada historia romántica que me llegaba al corazón y, aunque he leído muchas novelas de diferente época y argumento, los romances que más me impresionaban a menudo estuvieron en la pantalla del cine o de la televisión. Eran estos romances apasionados, imposibles, únicos, mágicos, que hacían latir mi corazón y me llenaban de ese sentimiento indescriptible de que el amor lo es todo y por algo así vale la pena vivir. Solo que terminada la función no conseguía unir esa historia a la mía propia como una posibilidad.

Una vez, siendo apenas adolescente, llegué a preguntarme: ¿Cómo será que eso ocurre? ¿Cómo se da la casualidad que alguien se enamora de una persona y esa persona a su vez le corresponde? ¿Cómo es que se pierden dos personas a sí mismas en la contemplación del otro, y al perderse se unen y se vuelven a encontrar? A estas alturas, aún me hago esa pregunta. Cierto es que en una ocasión dejé que alguien ingresara a mi vida más allá de lo que algún otro había tenido oportunidad y fue una experiencia que tuvo sus altos y bajos, enriquecedora en muchos aspectos puesto que me enseñó mucho acerca de mí misma y cómo yo veía el mundo, pero no fue un romance en el cual me pudiera perder. Fue como uno de esos besos con los ojos abiertos, una relación que habiendo iniciado, sin inicio claro, tenía fecha de expiración. 

Desde que tenía memoria había pasado de estar "enamorada" de uno a otro personaje. Siendo niña, cuando no había nadie real que resultara "amable", o que me inspirara amor, me enamoraba de los personajes de ficción incluyendo algunos personajes animados. Más adelante, una vez que mi círculo de amistades de género masculino se hizo más grande, comencé a encontrar que algunos chicos eran igualmente "amables". Así, el chico del centro de cómputo era terriblemente atractivo, y el otro chico del otro centro de cómputo también. Aunque también estuvo el personaje de tal película, ¡aquella mirada!, cobraba mayor importancia el amigo con el que siempre podía conversar, o el compañero de trabajo con el cual salía a divertirme y lo pasábamos tan bien. Pero todos ellos eran amores seguros, o más bien, desamores seguros. Porque el uno no estaba seguro de volver a cruzar la valla de la amistad, ya que había sido constantemente rechazado con anterioridad, y el otro, ¡quién sabe que pasó con el otro!, tal vez tampoco estaba preparado para amar. Como sea, después de aquella única relación pasó el tiempo, un largo tiempo, sin que ninguna ilusión romántica atribulara mis noches ni mis días. 

Entonces comenzó a ocurrir. Nuevamente, uno tras otro, los chicos a mi alrededor comenzaron a parecerme "amables". Uno porque era terriblemente atractivo aunque algo tontín, el otro porque era un misterio que no conseguía desentrañar y exaltaba mi curiosidad, el otro porque era alguien con quién podía conversar. Uno tras otro hacían latir mi corazón, que después de un tiempo se sosegaba al encontrar un nuevo objeto de atención. Quizás por el continuo ejercicio reconocí que en verdad estaba buscando amar, que deseaba encontrar a alguien con quién poder expresar todo el amor que era capaz de ofrecer, y en esa época lo conocí a él. Él, del cual no quiero hablar porque el asunto terminó muy mal, es decir, no terminó porque nunca comenzó, como nunca habían comenzado ninguna de mis otras ilusiones. ¿Qué podía estar tan mal que nunca conseguía concretar un amor? Si yo me "enamoraba", ¿cómo es que nadie decía amarme? ¿Por qué nadie se arriesgaba a amarme? ¿Era acaso que yo no era "amable"?

Después de mi última, hasta ahora, desilusión, me sumí en una de aquellas terribles depresiones. ¡Qué dolor! Por más que sabía que más adelante había un mañana, y con cada mañana una nueva oportunidad, aquella ocasión la caída en la realidad fue demasiado dolorosa. Después de tantos enamoramientos vanos, como habían sido los que había experimentado casi toda mi vida, después de haberme protegido del peligro de no ser correspondida, abrí mi corazón con la confianza puesta en que iniciar un romance era algo que también me podía suceder. Solo que no sucedió. Por primera vez en mi larga lista de amores fallidos sentí que no podía más. Algo que para mí no era siquiera importante derribó mis recién cosechadas esperanzas, echó por tierra mi alegría de vivir, y me llenó de amargura y frustración. Por fortuna, aún en aquél estado no conseguí darme por vencida. Ya me había pasado antes y había sobrevivido así que lo volvería a hacer, comencé otra vida. Una vida de nuevas experiencias, de probar aquello que hasta entonces había dejado para después. Fui al teatro, y fui al teatro, fui tanto al teatro que comencé a atender con menor entusiasmo mis visitas al cine que siempre habían sido mi pasión. Hice otro par de cosas, como practicar tiro al arco, aunque mi primera opción había sido esgrima pero resultó más fácil y asequible la arquería. Aún así por dentro se desgarraba mi corazón. ¡Un romance! ¿Por qué era tan difícil vivir la experiencia de un romance? Todo el mundo se enamora, pensaba, y todo el mundo consigue alguien que le corresponda, ¿por qué yo no?

Comencé a creer que siempre escogía mal. Era claro, lo sé bien, las historias se repiten. Por ejemplo, las mujeres que se asocian con parejas que las golpean vuelven siempre a repetir la historia aunque cambien de titular. Era comprensible que a mí se me ocurriera siempre enamorarme de personas que no me querrían amar. Uno crea su propia realidad, es un hecho aceptado en estos tiempos, y a mí siempre me había parecido extraordinario, muy difícil de lograr, el amor correspondido.

Volviendo en el tiempo, cuando ya había perdido parte de la ilusión pero aún estaba aferrada a aquél último, surgió alguien que me hacía sentir muy bien. Más tarde he creído que quizás aceleré el romper relaciones con aquél anterior de manera tan abrupta porque deseaba darle lugar a esa nueva persona que actuaba como había imaginado debía actuar alguien que me amara, aunque en aquél tiempo no lo concebía de esa forma. Poco a poco mis esfuerzos por dejar atrás aquél episodio doloroso fueron haciéndose realidad. Ya no me importaba tanto. Comprendí también que las nuevas experiencias en las que me había embarcado realmente me gustaban, y aunque las había seguido impulsada en parte por mi deseo de no pensar y no sentir nada más, las encontraba reconfortantes. Llegado a ese punto, entendí que aquella nueva persona que cada día lograba posicionarse más en mi vida era un renovado peligro. Tenía los ojos abiertos ahora, ojos atemorizados y abiertos para reconocer un patrón donde aquél llenaba todos los requisitos para convertirse en una nueva ilusión y consiguiente desamor. Decidí alejarlo, mejor ahora que después, pensé. Sin embargo, no pasó ni un día de esa apresurada decisión y ya lo tenía de vuelta. Quise distanciarme porque tenía miedo del futuro en base al pasado pero él, ignorante de mis miedos, no quiso seguirme el juego así que fue como si nunca hubiera intentado alejarme. 

No hace mucho, en una de aquellas crisis existenciales que nunca faltan y unido a otros conflictos personales que no es necesario detallar, me detuve a pensar en aquella ya no tan nueva amistad otra vez, con temor. ¡Cómo es que había logrado posicionarse tan firmemente en mi vida! ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Por cuánto tiempo? ¿Y después? ¿Qué sería de mí después si ya no conseguía dejarlo de querer? ¿o de amar? ¿Lo amaba? Si pudiera, si me atreviera a amar, sería fácil amarlo. Pero la realidad es que, por más que nuevamente intenté mantenerlo lejos, entendí que no ganaba nada con hacerlo, sólo perdía. Porque me resulta posible vivir sin su amor pero no quiero mientras pueda vivir sin su amistad, que es con bastante probabilidad a todo lo que puedo aspirar.

Cansada de tanto descalabro emocional comencé a regocijarme con la escena aquella de la película Valentine's Day, cuando una de las protagonistas le da con toda el alma a la piñata de "Yo odio el Día de San Valentin", que resumido sería "Odio el amor". Sin embargo, en poco tiempo surgió la pregunta: ¿Qué es lo que realmente quiero del amor?, y reflexionando al respecto encontré que más que una pareja con quien compartir mi vida, lo cual aún me resulta difícil concebir, lo que he estado buscando es experimentar un romance, una historia mágica como en las películas, con sus dificultades, con sus encuentros y desencuentros, pero donde al final o al medio o en cualquier parte, surge el amor correspondido de manera natural. Porque lo que soy es lo que obtienen y si eso no es suficiente de nada vale distorsionar la realidad. 

Por lo pronto, puedo vivir sin amor del tipo romántico pero no resisto vivir sin la amistad que tan buenamente me ofrecen. También, me gustaría vivir un romance, tener una pareja y quizás hasta conseguiría compartir mi vida con alguien, pero por el momento: he dejado de buscar.